viernes, 30 de octubre de 2015

Leyenda de La Monja Blanca

La monja Blanca es una flor de la familia de las orquídeas, y fue establecida oficialmente como Flor Nacional de Guatemala, por el gobierno de Jorge Ubico tras haber recibido una respetuosa sugerencia de que así fuera, por parte de la señora Letitia Southerland, tras haber conocido y admirado la hermosa flor en la Exposición Internacional de Flores en Miami Beach en 1933.
Ante el peligro de su extinción el presidente, Juan José Arévalo, en 1947, emitió un acuerdo gubernativo mediante el cual se prohíbe terminantemente la libre recolección y exportación de sus bulbos, sus flores, así como cualquier otra parte de la planta, o de cualquier otra especie de orquídeas. Aparentemente, miles de plantas de orquídeas fueron saqueadas de los bosques de Guatemala en los 1800, y llevadas a Europa por los ingleses. Aunque su elección como flor nacional no fue sino hasta 1933, y que el descubrimiento de las orquídeas, en términos científicos no fue sino hasta mediados del siglo XIX, para los mayas siempre fue una planta importante, utilizada en sus rituales de fertilidad.

En las Verapaces, sin embargo, la monja blanca siempre tuvo un lugar especial, al grado que hay una leyenda que fue transmitida oralmente por sus habitantes desde tiempos inmemoriales. La historia cuenta que en los primeros tiempos había un Gran Señor, dueño de cerros y valles y que una vez al año bajaba al pueblo. Un día de esos, vio pasar una hermosa mujer de la que se enamoró instantáneamente. El Gran Señor fue a casa de la muchacha y la pidió como su mujer. Entregó a los padres un cofre lleno de dinero, como dote, y se llevó a su mujer con él. Como el Gran señor amaba mucho a su mujer, siempre buscaba maneras de complacerla. Con el tiempo, los padres de la joven se gastaron todo el contenido del cofre, y empezaron a aprovecharse del amor del Gran Señor por su hija. Le pidieron Plata, tierras, maíz, cacao, y siempre se les dio. La joven, mortificada por la avaricia sin límites de sus padres, huyó hacia el bosque, así que cuando sus padres volvieron a visitar el cerro en el que vivía, para aprovecharse una vez más del Gran Señor, no encontraron nada, solo una gran luz que rondaba entre los árboles; comprendieron entonces que esa gran luz no era más que el espíritu de su hija. Al verlos el Gran Señor, montó en furia, se ensañó con ellos y los convirtió en árboles ahí mismo. Después de llorar por muchos días la pérdida de su mujer, el Gran Señor transformó aquella hermosa luz en una flor blanca de exaltada belleza, que crecería a los pies de los árboles, recordando así a todos, el destino que deparaba la ambición. Así fue como nació la Monja Blanca.


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